Los lectores más cinéfilos se habrán dado cuenta de que el título del post de hoy es un homenaje a una terrible y maravillosa película de Ken Loach. Trata de un trabajador en paro, que vive con su mujer y su hija en un barrio pobre del norte de Inglaterra. Su situación económica es muy precaria, pero hará lo que sea necesario para que su hija lleve un bonito vestido el día de su Primera Comunión, aunque ello suponga arriesgar todo lo que de verdad ama y valora.
El ambiente opresivo y pesimista de esta película me recuerda el clima económico que estamos viviendo. Asimismo, no puedo dejar de pensar que cada día hay más personas como Bob - el protagonista de la película - que se ven obligados a luchar desesperadamente para conseguir cosas sencillas que hasta hace poco dábamos por supuestas.
Ello me lleva a escribir un episodio más de la serie de FAQs sobre la crisis de la deuda, que trata de explicar los cómos y los porqués de nuestra coyuntura. Como en ocasiones anteriores, invitaré a un lector imaginario a que me haga preguntas, que yo intentaré responder.
Lector.- “Buenos días, arbitrista.”
Arbitrista.- “Buenos días, estimado lector. Supongo que le han surgido nuevas dudas acerca de la crisis económica. ¿Es así?”
L.- “Así es. Llevaba tiempo sin visitarle porque parecía que la cosa se estaba arreglando, pero parece que la cosa se ha estropeado. ¿Qué ha pasado?”
A.- “Pues pasa que la cosa no estaba tan arreglada como parecía. Seguramente tampoco está tan rota como creemos. ¿Por qué pensaba usted que estábamos saliendo del bache?”
L.- “Bueno... el Banco Central Europeo hizo que la prima de riesgo bajara. ¿No?”
A.- “Lo que el BCE hizo fue prestar cantidades enormes de dinero a los bancos europeos a un interés muy bajo. Los bancos han dedicado parte de esos fondos a comprar deuda pública y eso redujo su rentabilidad y, consecuentemente, las primas de riesgo. En los últimos días, sin embargo, los nervios han vuelto y eso ha disparado nuevamente las rentabilidades de la deuda pública, concretamente de los títulos italianos y españoles.”
L.- “¿Y qué ha hecho que los nervios vuelvan a los mercados?”
A.- “Creo que la cosa comenzó cuando España anunció que no cumpliría el objetivo de reducir su déficit al 4,4% al final de 2012. Fue una decisión correcta, puesto que el objetivo era poco creíble, pero hubiera sido conveniente coordinarse con la Unión Europea para presentar esta medida.
Tras este cambio de objetivos han pasado muchas cosas. Una huelga general. El resultado de las elecciones en Andalucía y Asturias. El debate en torno a la presentación de los Presupuestos Generales del Estado... Nuestro país está ahora en el punto de mira y estas noticias, que hace unos años apenas hubieran tenido repercusión en los medios internacionales o en los mercados financieros, han resultado de gran impacto. A partir de ellas, hay quien interpreta que no existe el consenso político necesario para abordar un programa de reformas eficaz, con continuidad a medio plazo.”
L.- “¿Y eso que quiere decir? ¿Que si no me gusta la reforma laboral o la amnistía fiscal tengo que callarme?”
A.- “Dios nos libre, a mí y a los mercados, de mandar callar a nadie.
Lo que quiero decir es que los partidos políticos mantienen posiciones distintas y tienen intereses electorales diferentes. En circunstancias normales, la confrontación política tiene un alcance puramente local y se entiende de forma correcta. Sin embargo, estamos viviendo tiempos difíciles y las reacciones lógicas que desencadenan medidas tan duras como la reforma laboral, o tan irritantes como la reforma fiscal, desencadenan reacciones hasta ahora inéditas.”
L.- “Pues estamos en las mismas... ¿Hay que aceptar cualquier cosa?”
A.- “No. Simplemente quiero decir que nuestros políticos tienen que poner entre paréntesis, durante un tiempo, las reglas habituales del juego. No se trata tanto de vender bonos como de vender confianza y estabilidad. A los ciudadanos y a los inversores.
Piense usted, por ejemplo, en la presentación de los Presupuestos Generales del Estado. Al día siguiente el Señor Rajoy dijo que España atraviesa una situación de "...extrema dificultad..." a la vez que distintos presidentes autonómicos declaraban que no acatarían la amnistía fiscal. Intentemos ver esta escena con los ojos del gestor de un fondo de inversión, que vive en otro país y carece de la formación y la experiencia que hacen falta para interpretar nuestra política local. No sé ustedes, pero a mí no me parece descabellado que el buen señor descuelgue el teléfono y dé la orden de liquidar todos los bonos españoles que haya en la cartera.”
L.- “¿Y qué se puede hacer?”
A.- “En el frente político, necesitamos acudir al valor que siempre nos ha salvado en momentos difíciles: el consenso. Me refiero a consensos como el que consiguió nuestra Constitución o el que se alcanzó en los Pactos de la Moncloa de 1977, y que tan cruciales resultaron para superar una terrible crisis económica.
El Gobierno actual goza de una mayoría absoluta en las Cortes y no necesita votos para aprobar medidas. Pero sí necesita apoyos para presentarlas internacionalmente de la manera más favorable. Es verdad asimismo que resulta muy rentable políticamente desgastar a un Gobierno que toma decisiones impopulares. Pero es el Gobierno que hay y, como no reciba un poco de cancha para actuar, terminaremos todos pasándolas canutas para comprar un vestido de comunión, como le pasaba a Bob, el protagonista de Raining Stones.
También necesitamos más complicidad y sintonía con la Unión Europea. La presentación de medidas técnicamente complejas requiere hoy día que un tercero creíble acredite que son correctas y suficientes. Para conseguir esta involucración de la UE necesitamos unas relaciones de transparencia y confianza entre ambas partes que, hoy por hoy, no parecen existir.
Asimismo, en un contexto de mayor complicidad y confianza, España podría defender más eficazmente la opinión - creo que correcta - de que resolver esta crisis fiscal requiere crecimiento económico. Creo que el primer día del fin de esta crisis amanecerá cuando los políticos europeos empiecen a hablar de crecimiento y eficacia en el gasto público, en lugar de austeridad y recortes.
Por último, me parece importante concluir con éxito la reestructuración del sistema financiero. Es importantísimo despejar cualquier duda acerca de la solvencia de la banca española y terminar el proceso de subastas y fusiones en curso: creo que las grandes entidades están prestando actualmente más atención a estos movimientos y oportunidades que a desarrollar su actividad de negocio tradicional.”
L.- “Se vuelve a hablar de un rescate a España. ¿Podrías explicarme qué es eso de "rescatar a un país"?”
A.- “Los países normalmente se financian vendiendo deuda pública en los mercados internacionales. Si los inversores dejan de comprar la deuda, sólo quedan dos alternativas: rescatar al país, que supone que un consorcio de países le concedan un préstamo, o suspender pagos, que es no devolver parte de la deuda acumulada.”
L.- “¿Y podemos llegar a ese punto?”
A.- “Se trata de desenlaces improbables, pero no es pronto para tomar medidas que los hagan más improbables aún.”
L.- “¿Tan malo sería un rescate?”
A.- “Como ha dicho el Presidente del Gobierno, un rescate supondría que muchas decisiones cruciales para nuestro bienestar las tomaran personas venidas de fuera con la misión de cobrar la deuda y dejar al país en condiciones de volver a financiarse por sus propios medios. Ni su bienestar, querido lector, ni el mío, serían tenidos en cuenta.
Las medidas adoptadas hasta ahora, y que tanta contestación han levantado, seguramente parecerían suaves en comparación con lo que habría que asumir en caso de rescate. Por otra parte, no sería sencillo reunir los fondos necesarios rescatar a países tan grandes como España o a Italia.”
L.- “¿Y qué supondría la suspensión de pagos?”
A.- “Suspender pagos crearía dificultades a todos los que tienen deuda pública española, desde personas físicas hasta bancos y fondos de inversión internacionales. La severidad de las consecuencias en cada caso dependería de la solvencia del afectado. En cuanto a nuestro país, supondría su exclusión automática de los mercados financieros: no puedes pedir prestado si no pagas tus deudas. Las consecuencias serían estremecedoras.”
L.- “¡Pues vaya panorama!”
A.- “Así es, querido lector. Debemos evitar estos desenlaces. Lo que podemos hacer usted y yo se reduce a cumplir día a día nuestras obligaciones y compensar en la medida que podamos, con esfuerzo y optimismo, la pérdida inmediata de bienestar económico.
En cuanto a nuestros políticos, ha llegado la hora de demostrar grandeza y altura de miras. Y de vender rigor y optimismo - no deuda pública - que es lo que al final nos sacará del bache.”
L.- “Iré pensando sobre estas cosas. Algunas no me dejan totalmente convencido... ¿Tienes inconveniente en que vuelva a preguntarte?”
A.- “No tengo inconveniente ninguno sino todo lo contrario, estimado lector.”
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