Aliviar estos desequilibrios no será fácil ni grato: la Universidad se compone fundamentalmente de personas y las medidas que se tomen afectarán a su bienestar, por lo que conviene pensarlas bien. Aportaremos hoy un grano de arena a esta causa proponiendo alternativas que evitan las fórmulas más duras.
Profesores dedicados y la dedicación de los profesores
Para valorar si en un centro universitario hay o no profesores suficientes conviene partir de nuestro régimen de dedicación, que se resume en:
- Los profesores pueden tener dedicación a tiempo completo o parcial.
- Un profesor a tiempo completo tiene la misma jornada semanal que el resto de los funcionarios: 37,5 horas.
- Esta jornada debe repartirse entre actividades docentes, investigadoras y de gestión, según la siguiente distribución orientativa: un 37% del tiempo debe dedicarse a docencia ordinaria y atención al alumno, al menos un 33% a tareas de investigación y un 30% a otras tareas docentes, investigadoras y administrativas.
- De lo anterior resulta que un profesor a tiempo completo tiene una dedicación docente de entre seis y ocho horas de clase por semana y unas seis horas de tutorías o asistencia al alumnado.
- En este marco general, se delega en los estatutos de cada Universidad la regulación detallada de las obligaciones del profesorado así como su posible modulación por circunstancias objetivas como, por ejemplo, ostentar un cargo académico o disfrutar de un permiso de estudios.
Una vez echados los cálculos anteriores se puede estimar la plantilla necesaria con tres resultados posibles: plantilla ajustada, sobran profes o faltan profes. Centrándonos en este último caso, que es el auténticamente difícil, toca pasar a la siguiente pregunta: ¿Cómo gestionar el exceso de capacidad en tiempos de crisis?
Profesores, los justos, alumnos, los suficientes.
Mucha gente piensa, o dice, o dice que piensa, que los excesos de capacidad en la Administración son inabordables porque todo el mundo es funcionario. Funcionarios somos - algunos - pero esto no impide que existan fórmulas de flexibilidad.
Supongamos, por ejemplo, que sobra capacidad en un Centro. ¿Qué puede hacerse?
Para empezar, pueden mejorarse las fórmulas ya existentes para reducir temporalmente la dedicación. En la actualidad pasar de dedicación completa a parcial supone un recorte del sueldo desproporcionado a la reducción del número de horas docentes. La consecuencia inmediata es que sólo se acogen a estas fórmulas quienes compaginan la docencia con otro trabajo bien remunerado. No existe, hasta donde yo sé, la posibilidad de solicitar una reducción temporal de dedicación por motivos personales, cuidado de hijos o ascendientes, por ejemplo. Asimismo, a los profes a veces nos invitan a hacer estancias en otros centros, que podemos financiar con becas o trabajando en la Universidad de destino. Este es otro supuesto claro en el que sería interesante flexibilizar la dedicación.
Dando un paso más, también se puede revisar el régimen de excedencias. Una excedencia es la “…situación del funcionario público que deja de prestar servicio activo, sin dejar de pertenecer al cuerpo.” La mayoría de los funcionarios públicos tienen la opción de reincorporarse tras una excedencia. No es así en el caso de la Universidad, en donde el excedente pierde su plaza y, para reincorporarse, tiene que volver a concursar necesariamente. En situaciones de exceso de capacidad, sería racional admitir excedencias excepcionales, con derecho a reincorporación.
Las prejubilaciones son otra vía interesante. Mi Universidad, por ejemplo, ofrece la prejubilación a los 60 años, con 30 años de servicios prestados, o a los 65 años con 15 de servicios prestados. Las personas que están en estos supuestos pueden optar por una jubilación plena - te vas a casa y ya está - o por suscribir un contrato de Profesor Emérito, que les permite seguir prestando servicios en un régimen de dedicación reducida. Este modelo es útil para dos cosas: para reducir un exceso de capacidad, allá donde ésta sobra, o para rejuvenecer la plantilla en el resto de los centros. La diferencia entre un caso y otro es que en el primero la plaza no se repondría, mientras que en el segundo sí.
Ya que hablamos de jubilaciones, también se podrían considerar retoques en la jubilación forzosa de los profesores. Concretamente, haciendo depender la prolongación de la vida laboral más allá de los 65 años de necesidades docentes objetivas. La normativa actual contempla una jubilación forzosa a los 70 años, con opciones de prorrogar el período de actividad… ¡hasta los 75 años! No puedo hablar de otros casos, pero en el mío propio dudo que a los 75 años esté en condiciones de desarrollar plenamente mi actividad. Además supondré un coste laboral elevado, pues gran parte de los ingresos de un profesor dependen de su antigüedad.
Las fórmulas anteriores son relativamente benignas y voluntarias. En situaciones extremas cabe contemplar otras, como bajas incentivadas, reparto del empleo mediante reducciones de jornada - como se hace en la industria - o pactar el abaratamiento de costes mediante una moratoria en las promociones de los profesores estables, a cambio de mantener la plantilla.
De la teoría a la práctica: café para algunos, los demás tomarán manzanilla
Poner en práctica de forma indiferenciada las ideas anteriores sería un desastre.
Pensemos por ejemplo en áreas como la mía - Ciencias Económicas y Empresariales - en donde los centros están atiborrados y los profes tenemos bastante empleabilidad en el sector privado. Enseñar me encanta pero, si me ofrecen una excedencia con compromiso de reincorporación, seguramente me buscaría un trabajo bien pagado y... ¡hasta luego! Por tanto, el mayor efecto se produciría en las áreas de mayor empleabilidad, en donde no suele sobrar profesorado. El impacto en los centros excedentarios, en cambio, sería moderado.
Para corregir desequilibrios sangrantes y costosos en los recursos, será necesario definir políticas distintas por áreas de conocimiento, que acomoden situaciones de partida radicalmente diferentes. Hay centros y hasta universidades completas en donde los profesores no cubren los mínimos de dedicación y en los cuales, para maquillar la situación, se infla el número de grupos teóricos y prácticos. En otros sitios los niveles de dedicación se cumplen, las clases están abarrotadas y si se te pone enfermo un profesor tienes un problema serio.
Asimismo, debo insistir en algo que ya he dicho en otras ocasiones: implantar políticas diferenciadas en la Universidad requiere un impulso - y muy contundente - desde fuera. El que el régimen de excedencia de los profesores sea distinto según el centro es impensable, hoy por hoy, en la Universidad que hay.
Por último, creo que el régimen de dedicación del profesor universitario, cuyo marco legal data de 1985, necesita una revisión y clarificación. Concretamente conviene disponer de una definición más completa, clara y flexible de las obligaciones del profesor, así como una clarificación de los supuestos en que es aceptable descargar a una persona de parte de su docencia.
Pues esto es lo que quería contarles hoy. Las plantillas de funcionarios son más flexibles de lo que parece. En épocas de vacas gordas y aeropuertos sin aviones es posible permitirse algunas ineficiencias y desequilibrios. Hoy toca elegir entre corregirlas por las buenas, o mandar gente al paro: por mi parte, lo tengo claro…
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