Pensemos en el ciclo de maduración de un contenido concreto: un vídeo de YouTube, por ejemplo. Alguien lo sube, nadie lo ha visto, en ese momento es irrelevante. Pero:
- Otra persona se topa con él por casualidad. Lo ve. Le gusta y decide compartirlo a través de twitter. Pulsa el correspondiente botón social, añade un comentario corto y llamativo.
- Otras diez personas siguen los tweets del individuo anterior. Siete ven el vídeo. A cinco les gusta. Cuatro lo añaden a sus páginas en diversas redes sociales.
- 4. 5. ... (repeticiones sucesivas del paso 2)
[Llegados a este punto, querido lector, por favor sonría y pulse uno de los botones sociales que encontrará al final de este post.]
Este es, en resumen, el proceso que ha dado lugar al nacimiento de estrellas tan peculiares como el pulpo Paul (pulse aquí para ver el número de veces que Google detecta la frase "pulpo Paul" en páginas escritas en castellano) o la zarigueya Heidi (pulse aquí para repetir el experimento y mirar fijamente a los ojos a la última y probablemente efímera estrella animal de Internet). También es este el mecanismo que difunde muchas otras noticias de mayor trascendencia y el que va a convertir en indestructibles contenidos como los del Cablegate.
El mismo proceso se ocupa de negar visibilidad a los contenidos poco relevantes: Poca gente los ve, casi nadie los enlaza y los buscadores se ocupan de enterrarlos en la posición 15.000 de los resultados de búsqueda.
Este mundo en que vivimos me parece excitante. Los filtros de relevancia tradicionales pierden peso con rapidez a favor de un proceso caótico, descentralizado, transparente y democrático, en el que cualquiera puede influir pero que nadie puede controlar. Esta revolución informativa tiene sus riesgos, como nos recuerdan a menudo los profetas del desastre. Pero, al fin y al cabo, los muertos son los únicos que no arriesgan ¿no?
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